Ayer vi unas cuántas calles de Barcelona, desde el coche, mientras salía a hacer una gestión ineludible.
Está todo en su sitio. El cielo es ya rabiosamente azul y el aire de una tibieza maravillosa.
No hay atascos en ninguna vía y se circula como en una pequeña ciudad hecha a medida de sus habitantes.
El miedo no se ve, ni siquiera se intuye, a pesar de las mascarillas y de los guantes y de señales en el suelo que te instan a esperar a sus dos prudentes metros.
Volví algo reconfortada por el aire de normalidad que se respiraba en la calle y, al mismo tiempo, sobrecogida pensando en cómo vamos a defendernos de un enemigo tan solapado y tan invisible que no ha dejado cicatrices que nos recuerden que debemos estar alerta y prevenidos.
Que el optimismo no nos haga imprudentes y que el pesimismo no nos haga infelices.
Fotografía: una calle de Barcelona, desde el coche. Ayer, a las 11:48.
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