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Crónica de la excepción. Día 70

Ayer, 20 de mayo, James Stewart hubiera cumplido años.

Nuestra infancia y juventud lo tuvo siempre presente. 
En una época en la cual solo había una televisión y los barrios estaban llenos de cines de reestreno y programa doble, no era difícil encontrarse con sus gestos dubitativos y su peculiar voz (cosas del doblaje) casi cada semana. 
Sus películas se reponían —alguna, como Qué bello es vivir, era un clásico navideño— y nos era tan cercano como los compatriotas que llenaban las novelas de media tarde o los Estudio 1.

Pero esta entrada va de una pequeñísima parte de lo acontecido en su vida y que tiene que ver con otro grande del cine norteamericano, Henry Fonda.

Ambos eran amigos, en ese grado en el cual la amistad pasa a ser casi un lazo de sangre. Eso, a pesar de las grandes diferencias que había entre ambos. La mayor de todas, quizá, sus tendencias políticas. Fonda era de izquierdas y Stewart, muy conservador.

Su vida discurría paralela hasta que, una vez, una discusión por motivos políticos, les llevó a una pelea a puñetazos.

Ese podría haber sido el fin de su amistad, pero ellos decidieron que se querían con sus defectos —defectos a los ojos del otro, evidentemente— y así, acordaron no volver a hablar nunca de política. 
Y así lo hicieron y ese fue el pacto que selló su amistad fraternal para siempre, hasta que la muerte los separó, en 1982, cuando falleció Fonda.

¿Y todo esto a qué viene en esta crónica de la excepción?
Pues a que tengo tiempo de reflexionar sobre muchas cosas en estos largos días y una de ellas es la crispación, la inflexibilidad, la intolerancia y las líneas rojas que se marcan a cuenta de la política y las decisiones que conlleva. 
Incluso, y esto es lo terrible, estando como estamos en una situación única y peligrosa, cuyas consecuencias estamos sufriendo y sufriremos todavía en el futuro.

Es difícil dar una opinión sobre una decisión gubernamental o sobre su reacción contraria sin que se alcen voces airadas que te señalan o te etiquetan o amigos que arruguen la nariz ante tu supuesta deslealtad a las posturas correctas.

Pero leyendo la historia de dos grandes amigos, como Fonda y Stewart lo eran, me consuelo. La política es un cenagal tan profundo que hasta la amistad tiene que vadearla si no quiere hundirse en sus arenas movedizas.

Fotografías: 
Fonda y Stewart en el Stag Bar. Autoría desconocida.
Fonda y Stweart en Londres, en abril de 1975. Foto de Terry Fincher.

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