Hoy, después de dos compras que me he saltado (gracias a que las han hecho por mí), he vuelto al Mercadona.
He ido en coche para que el pobrecito se moviera un poco y para que la carga fuera más cómoda de acarrear.
Lo primero que me ha llamado la atención es la normalidad absoluta que se ve en las calles —si exceptuamos que todo el mundo lleva mascarilla—. No me ha dado tiempo a echar fotos, pero en esta imagen que ilustra la entrada, desde la terraza, lo veis claramente.
Y la normalidad seguía dentro: los lineales a rebosar. Había de todo, incluyendo las tan deseadas mascarillas. Bueno, no de todo: guantes, no.
Es que la última moda —en estos vaivenes de consejos en los que nos movemos— es que nos volvemos muy irresponsables y kamikazes (????) cuando los llevamos puestos y hay que quitarlos de en medio. Yo sí llevaba los míos y, encima, los de la fruta, porque dicen que hombre prevenido, vale por dos y porque estoy yo muy rebelde contra lo que no me cabe en mi sentido común.
Así que ha sido la de hoy una aventura anodida e insulsa, poco digna de ser contada aquí, excepto por un detalle: mientras esperaba en la cola de una caja, uno de los trabajadores de la tienda se acercaba a darle recados al compañero que la ocupaba y cada vez, muerto de la risa, le decía al acabar: no acaparen productos, no acaparen productos.
Me ha llamado la atención porque seguramente los trabajadores de ese y cualquier otro supermercado, hipermercado o tienda de primera necesidad las han pasado canutas y se han visto desbordados por el pánico injustificado que llevó a que el acto de hacer la compra fuera la más temible de las batallas, en ocasiones, y según la hora en que ibas, la más temible de las derrotas.
Ahora les sale, con humor, pobrecitos, todo el insufrible estrés que debieron padecer en los primeros días del confinamiento cuando el peligro de avalancha se cernía sobre ellos cada vez que subían la persiana.
Bendito sea el humor que mantiene a la gente con la cabeza en su sitio y que esperemos que se extienda —con más facilidad que el virus— para aplacar otras hordas que están llenando las calles.
¿No echáis algo de menos? No he hablado de que ayer se dieron los datos de fallecimientos y contagios en toda España, excluyendo los de Cataluña. Se arguyeron problemas de validación, sea eso lo que sea y nos señale como nos señale.
Que cada cual saque sus conclusiones. Hoy no tengo ganas de jardines.
Fotografía: la calle, en toda su normalidad. 11:52.
Me ha llamado la atención porque seguramente los trabajadores de ese y cualquier otro supermercado, hipermercado o tienda de primera necesidad las han pasado canutas y se han visto desbordados por el pánico injustificado que llevó a que el acto de hacer la compra fuera la más temible de las batallas, en ocasiones, y según la hora en que ibas, la más temible de las derrotas.
Ahora les sale, con humor, pobrecitos, todo el insufrible estrés que debieron padecer en los primeros días del confinamiento cuando el peligro de avalancha se cernía sobre ellos cada vez que subían la persiana.
Bendito sea el humor que mantiene a la gente con la cabeza en su sitio y que esperemos que se extienda —con más facilidad que el virus— para aplacar otras hordas que están llenando las calles.
¿No echáis algo de menos? No he hablado de que ayer se dieron los datos de fallecimientos y contagios en toda España, excluyendo los de Cataluña. Se arguyeron problemas de validación, sea eso lo que sea y nos señale como nos señale.
Que cada cual saque sus conclusiones. Hoy no tengo ganas de jardines.
Fotografía: la calle, en toda su normalidad. 11:52.
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