Día 80. Me parece un buen día para acabar con estas crónicas, sobre todo después del parón de esta semana por motivos ajenos a mi voluntad.
Han sido ochenta días en los que aquí he volcado de todo: desde esperanza hasta desesperación, desde humor hasta acritud, desde comprensión hasta críticas desgarradas...
Como la misma vida, vaya, pero en confinamiento.
No cierro estas crónicas porque hayamos salido de la excepción —cosa que tardará y cuyo final no sabemos a qué normalidad nos lleva—, sino porque ya no estamos todos en ese barco de la excepcionalidad en el que hemos navegado durante tantas semanas.
Solo hay que ver la calle: tráfico normal, gente a todas horas (y aquí solo estamos en la fase 1), grupos, cercanías, un ambiente festivo de aquí no ha pasado nada... En fin, lo que la mayoría sabíamos —y nos temíamos— que iba a ocurrir.
Queda por delante un trabajo personal complicado y duro y una tarea social no menos dura ni menos complicada.
Cada uno de nosotros saldrá a las calles —he de confesar que yo aún no lo he hecho para pasear ni ver a nadie— con los temores y las incertezas plausibles, pero también con las que su propio carácter y condición le generen.
El cómo somos nos llevará de la mano en este trabajo de adaptación y las señales y cicatrices que nos han quedado las gestionaremos a nuestro modo y manera, con la ayuda de quienes nos quieran, pero siempre desde nuestra particular forma de entender la vida.
Como sociedad, tendremos que enfrentarnos a una crisis económica durísima y, al menos esa es mi opinión, a la gestión de una clase política muy lejos de la altura que se le debe requerir a quien gestiona —o sirve de control a los gestionadores— y que ya, sin haber visto aún la luz tras la tragedia, desvía sus energías en crispaciones para las que nuestra fragilidad social en estos momentos no está preparada.
Y, por supuesto, a todo esto hay que añadir que no es el final de una guerra, con una paz firmada y con la seguridad de que no volverán a llover bombas: ahí fuera está lo que está, acechante para colarse en una fiesta; en un autobús de cansados viajeros; quizá en el chiringuito de una playa; quizá en un abrazo que no hemos sabido reprimir.
¿Recuerdan? Tengan cuidado ahí fuera.
Y, también, tengan cuidado ahí dentro: en sus cabezas y en sus corazones. Intenten ser los que eran o, vale la pena el esfuerzo, intenten ser un poquito mejores.
Mucha suerte en la nueva normalidad.
Vídeo: la calle nocturna es lo que era y Julieta siente curiosidad. Hace una semana.
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