A mi tita no le gustaba ni la leche ni el queso y había que guardarle un vaso que no hubiera estado empringao en leche para cuando ella viniera.
Mi tita volvió a nacer cuando el mulo en el que viajaba mató de una coz en el pecho al hombre que la acompañaba y ella se quedó entre sus patas.
Era asustadiza: le temía a los vivos, pero también, y sobre todo, a los muertos. Le temía a la muerte y a lo que hubiera o no hubiera después. Ahora ya, por fin, se acabaron sus temores y sus miedos.
Mi tita era muy inteligente. Las maestras quisieron convencer a su padre de que le diera carrera. Mi abuelo Gonzalo no quiso ni oír hablar de ello: eran otros tiempos. Cuando veíamos juntas Cifras y letras calculaba a la velocidad del rayo.
Entre sus cosas, he descubierto las cartas que le escribió mi abuela durante años. Me ha devuelto a mi abuela a través del tiempo.
Mi tita trabajó en Albert Hermanos y estaba orgullosa de no haber faltado un solo día. Decía que cuando el despertador sonaba a las 5:30 de la mañana, era como si fuera el primer día y que nadie se acostumbraba a eso.
Con mi tita viajé en el sevillano de Córdoba a Barcelona para encontrarme con mis padres. Cumplí tres años en ese viaje. Me llevaba al lavabo con ella porque temía que me raptaran o me dejaba en algún momento con Chaparro, un paisano.
Mi padre fue el padrino de su boda y yo fui en medio de ellos en el coche de novios. Compartimos corona; no eran tiempos de gastos superfluos: yo la llevé en mi comunión y ella en su casamiento.
Mi tita crio a mis hijos como a los nietos que no tenía. Los quería a morir y era recíproco.
A mi tita no le gustaba ir a las huertas de la Camorra. Le daba miedo el cortijo, el campo, los sonidos de la noche. Había que llevarla al pueblo al segundo día.
Mi tita le llamaba Quico a su marido.
Mi tita me notaba si yo estaba mala solo con descolgar el teléfono y decirle diga. Rezaba por mí, según ella, a todos los santos.
Mi tita estuvo en el convento con la tita monja y querían convencerla para quedarse. Ella decía que en la vida se le hubiera ocurrido. Se vino de Oviedo sin mirar atrás.
A mi tita le gustaba tomarse un Benjamín o una cerveza fresquita y siempre había un motivo para ir de pardeo y tapear.
Mi tita había disfrutado mucho en Barcelona y donde había alboroto, allí iba: lo mismo daba que viniera el Papa, que el Madrid jugara con el Barça o que hubiera un mitin de un político famoso. Siempre en primera fila.
Mi tita siempre se peinó con flequillo porque no le gustaba su frente. Y pasó de llevar trenzas a la permanente que usó hasta el último día.
Le gustaba hacerse la manicura ella misma.
Le gustaban las sopas de letras y leer el Lecturas o el Pronto. Le gustaban mucho los concursos: Cifras y letras, Saber y ganar...
Se alegraba con mis éxitos y sufría con mis preocupaciones.
Mi tita llamaba a mi madre cuando perdía la lucidez, o en sueños: Aurora, Aurora... Por fin va a encontrarse con ella. Ya eternamente juntas.
Qué escrito tan bonito, Ana. Leerlo y revivirla ha sido un uno. Allá donde esté estará muy orgullosa, como siempre, de tí y alumbrará tus días con recuerdos y como tu ángel de la guarda. Un beso
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