Ir al contenido principal

Día Internacional de la Croqueta

A mi madre no le gustaba cocinar (cosa que yo he heredado y lo llevo como puedo).

Pero, como no había cocinera en casa, ni Glovos, ni se estilaba comer fuera, ese ejercicio obligatorio lo hacía cada día, con más o menos resignación. 

Aún así, con esa combinación de una madre a quien no le gustaba cocinar y una hija a quien no le gustaba comer, tengo en mi memoria sabores irrecuperables que salían de sus manos y que, a veces, en días especialmente oscuros, daría lo que fuera por llevarme a la boca. Que si gazpachuelo, que si albóndigas de pescado, que si tortas de caña, que si salsa de almendras... Nunca le pedí las recetas, un poco porque yo huía de la cocina como de la peste y un poco porque vivimos como si la gente querida no nos fuera a faltar nunca y dejamos que a un día suceda otro sin pensar que hay un último.

Toda esta previa viene a que hoy he leído que es el Día Internacional de la Croqueta y, en vez de recordar croquetas jugosas, croquetas exóticas, croquetas elaboradas con lo mejor de lo mejor, croquetas que alguna vez he comido en otras casas y otros restaurantes, me han venido a la memoria (ay, y al corazón) las croquetas de mi madre. Las hacía con la carne del puchero y nunca, nunca jamás le puso bechamel ni nada que las suavizara. Eran croquetas secas, como enfadadas con el mundo; crujientes pero marcando la distancia con el comensal, como diciéndole "no te vayas a encariñar conmigo"; croquetas de tiempos duros, de pocas florituras culinarias; croquetas que aprendió de su madre y que llevaban escritos el aprovechamiento y la austeridad en los ingredientes.

Una ventanita en el tiempo pediría yo para darle un mordisquito rápido a una de esas croquetas. Y un beso a mi madre, de paso.

Imagen: mi madre y yo, hace una eternidad.

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va...

" Dime, Niño, de quién eres   todo vestido de blanco.  Soy de la Virgen María  y del Espíritu Santo.  Resuenen con alegría  los cánticos de mi tierra  y viva el Niño de Dios  que ha nacido en Nochebuena.  La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va.  Y nosotros nos iremos,  y no volveremos más.  Dime Niño de quién eres y si te llamas Jesús.  Soy de amor en el pesebre  y sufrimiento en la Cruz.  Resuenen con alegría los cánticos de mi tierra  y viva el Niño de Dios  que ha nacido en Nochebuena". Poníamos boca abajo el cajón en el que nos había llegado la matanza del pueblo y lo arrimábamos a la pared. Colocábamos con chinchetas en la pared un papel azul oscuro con estrellas, una de ellas con cola brillante. Echábamos viruta marrón, viruta verde... Poníamos un río y un laguito con papel de plata. En un esquina, el pesebre con la mula, el buey, San José, la Virgen y el Niño. En ...

Crónica de la excepción. Día 70

Ayer, 20 de mayo, James Stewart hubiera cumplido años. Nuestra infancia y juventud lo tuvo siempre presente.  En una época en la cual solo había una televisión y los barrios estaban llenos de cines de reestreno y programa doble, no era difícil encontrarse con sus gestos dubitativos y su peculiar voz (cosas del doblaje) casi cada semana.  Sus películas se reponían —alguna, como Qué bello es vivir , era un clásico navideño— y nos era tan cercano como los compatriotas que llenaban las novelas de media tarde o los Estudio 1. Pero esta entrada va de una pequeñísima parte de lo acontecido en su vida y que tiene que ver con otro grande del cine norteamericano, Henry Fonda. Ambos eran amigos, en ese grado en el cual la amistad pasa a ser casi un lazo de sangre. Eso, a pesar de las grandes diferencias que había entre ambos. La mayor de todas, quizá, sus tendencias políticas. Fonda era de izquierdas y Stewart, muy conservador. Su vida discurría paralela hasta que,...

Deseos de fin de año

En esta tesitura del fin de año, todos nos tomamos un tiempo para pedir deseos -para nosotros y para aquellos a quienes queremos- y las listas, sorprendentemente, son coincidentes y contienen tres o cuatro cosas en las que nos ponemos de acuerdo, como por arte de magia, después de todo un año de desencuentros públicos o privados. Mis deseos para el dos mil veinticinco son sencillos y se resumen en tener, ni más ni menos, lo que tenía en esa fotografía tomada una soleada mañana en la galería de mi casa de Miguel Romeu. Y que era, a saber: La salud despreocupada de quien tiene un cuerpo que funciona cada día sin mandar señales. La alegría genuina y el entusiasmo ante lo venidero sin el velo sucio que le ponen las consideraciones negativas. La pasión frente a lo que se hace en cada instante, sin rumiar sobre el momento que pasó o sobre el venidero. La certeza de ser querida porque sí, sin condiciones, porque a eso se viene al mundo. La conformidad con los días y sus afanes y la capacidad ...