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Adiós a una mujer buena

De todas las personas que he conocido, a nadie como a Ana Mari la definían menos sus poses y sus gestos en las fotografías. Ese tema era objeto de comentarios divertidos y cariñosos cada vez que repasábamos un álbum: vaya cara, qué pose, jajajajaja... 

Porque Ana Mari era, a pesar de ese aspecto intimidante que, no sabemos el porqué, retrataban las fotos -y como decía Machado- en el buen sentido de la palabra, buena
Buena con los suyos y con los ajenos.
Buena en el trato, en la palabra, en el hecho y en la omisión.
Buena por carácter y convicción.
Buena de corazón.

Olvidaré los últimos días, y su imagen frágil y delicada, porque esa persona que se acababa ya no era ella. Y, por ello, la recordaré por siempre toda energía y fortaleza.
La recordaré entre los fogones, haciéndole a cada uno lo que más le gustaba.
La recordaré descalza, en la terraza, regando con brío sus esplendorosas macetas.
La recordaré diciendo hijomíoooo, como el máximo y único reproche que se permitía hacer cuando algo no le cuadraba.
La recordaré acunando con experiencia y soltura a mis hijos.
La recordaré saltando a la comba, en un día lejano que todos guardamos en la memoria.
La recordaré, con su pañuelo en la frente, desgranando habas, cogiendo tomates, haciendo conservas.
La recordaré en la puerta de la escuela, esperando a mis niños.
La recordaré en la ranchera, cargándolo todo para El Chaparral.
La recordaré agradeciendo infinitamente una palabra, un regalo, cualquier cosa que hicieras por ella, por nimia que fuera.

Y la recordaré, por encima de todo, como una mujer buena.

Descansa en paz, Ana Mari. Vivirás mientras vivamos nosotros.

Imagen: Ana Mari, conmigo y con Begoña, hace ya unos cuántos años, en la terraza de su casa.

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