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Un solo, y completo, deseo

Viajamos en una nave que completa hoy su trayecto alrededor del sol, cerrando así un ciclo de vida.

Cuando lleguen las doce y las campanadas den fe del cambio de año, entre los gestos rituales de las uvas, el cava y las sonrisas, hemos de sacar unos segundos para pedir deseos para nosotros y para aquellos que apreciamos y que pueblan nuestro mundo. 

Es difícil elegir algo de entre todo lo que nos falta o de entre todo lo que se tiene y se quiere conservar.

Solemos resumirlo precipitadamente en salud y que el año que se inicia sea mejor que el anterior.

Algunos se aventuran a pedir que se cumpla un sueño que llevan largo tiempo acariciando. Los más conformistas piden quedarse como están. Los perezosos hacen suyos los deseos comunes y piden paz y alegría en el mundo, como si eso no dependiera de que se cumplan miles de anhelos previos.

Hay quien esconde deseos, demasiado arriesgados para nombrarlos, y espera que se cumplan mágicamente solo por no decirlos en voz alta. Esperan que este que empieza sea, por fin, su año.

Y hay quien ya no tiene deseo alguno porque siente que todo lo que estaba por llegar llegó.

Yo busco un deseo que sirva para mí y para todos. Que sea breve de formular y, al mismo tiempo, inmenso como don. Que se pueda acomodar al momento y circunstancia en que cada uno vive. Que no le reste a nadie para que otro sume. 

Y mi deseo es Justicia. Justicia para que quien daña pague, y quien ama reciba. Justicia para tener un cuerpo que responda a la mente que encierra, libre de dolores aunque se disponga a partir. Justicia para que quien trabaja pueda vivir de ello y quien pasa penalidades halle consuelo.

Justicia en cada casa y en el mundo que las acoge. Justicia para vivir sin agonía y hablar sin miedo. Justicia para que nuestros favores sean recompensados y nuestros agraviadores, señalados.

Justicia terrenal. Que si la divina existe venga por añadidura y no como consuelo difícil de comprobar.

Por un 2024 justo con todos. Un abrazo, queridos amigos.

 

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