"A menudo los hijos se nos parecen..." canta el poeta.
O eso quisiéramos. Y buscamos en su boquita, en sus gestos, en sus andares... rastros de nosotros o de los que nos precedieron y a quienes dicen que nos parecemos.
Así, desde que naciste, Martín querido, busco en ti, y hallo, la inmortalidad, la certeza de haberle ganado la partida al destino, el triunfo de saberme otro y la misma. Y celebro cada día de tenerte a mi lado aunque ya no caminemos al compás por el mismo camino, siempre teniéndote a la vista.
Hoy, a veintisiete años de tu nacimiento, rebusco entre tantos álbumes y me sorprendo de ser capaz de recordar momentos con la misma intensidad como cuando sucedieron o, por el contrario, de toparme con una imagen de días olvidados. Tenemos muchas fotografías juntos: de besos, de abrazos, de comidas, de juegos... Sin embargo, aquellas en las que encierras tu mano en la mía, como en esta, son las que más me gustan.
Porque son la esencia de la maternidad: una mano que acompaña y que protege, que va notando cómo el peso y el cuerpo de esa manita va cambiando y transformándose, cómo, con orgullo y dolor a la vez, ha de abrirse y dejarla ir y cómo vive después con el deseo de que un día, en un viaje de ida y vuelta, sea tu mano el refugio para la mía.
Feliz cumpleaños. Te quiero más allá de lo que está escrito y hasta mi último día.
Imagen: Martín y mamá, en un día ya lejano.
Tu blog es como un regalo constante de conocimiento. ¡Gracias por compartirlo!
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