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Mostrando entradas de 2025

Volver sin poder volver

Y te haces los kilómetros sabiendo que vuelves sin volver. Porque no se puede volver al abrazo de una abuela, a un cine de verano, a los bancos del paseo donde se cruzan las primeras miradas de deseo, a bañarte en una alberca, a oír los campanillos de los mulos. No se puede volver a las calles empedradas, a las noches en el zaguán, a que manos queridas te monden las pipas, a retreparte en una silla de enea, a la feria con amigas, a la tienda de Silvestre. No se puede volver a llenar un cántaro, a guardar sitio en las pilas, a sentarse en un tranquillo a ver pasar la vida, a que te pregunten de quién eres. No se puede volver a esperar la alsina de Málaga, a ver los carteles del cine de Pavón, a comprar magnesia en un cartuchito, a subir a la carretera a ver cómo anochece. No se puede volver a la Galaxy, a comer pimientos en los Vaqueros, a encargar un jersey en las Arjonas, a aguantar las miradas subiendo frente al Estrecho. No se puede volver a escuchar los chascarrillos de tu abuelo, ...

Años que no se cumplieron

Hoy hubiera cumplido mi madre los 91. Qué hubiéramos hablado y vivido en todos estos años en que falta, nadie lo sabe. Yo me descubro a veces, en madrugadas insomnes, manteniendo conversaciones que nunca se produjeron, dando y recibiendo razones que nunca se dieron, compartiendo momentos que nunca llegaron...  En momentos luminosos, los menos,  creo que me ve y me protege y que espera paciente nuestro reencuentro. En el resto, los más, me desespera saber que no hay vuelta atrás y que lo que no se dijo ni se hizo no hay manera de enmendarlo y que lo que se vivió no vuelve jamás. La traigo a la vida cada vez que la nombro y por eso -bendita excusa su cumpleaños-, felicidades, mamá. Imagen: mi madre, Aurora de Gonzalo, con su eterna sonrisa.  

Un año más.

Esa criatura que, en pose de pequeño Buda, espera paciente para soplar la vela de su primer año de vida soy yo. Llegué a una familia que me esperaba con una ilusión desbordante y de la que me convertí en centro y razón. El destino me llevó lejos de donde vi la luz. Conocí otras gentes y otras maneras de vivir. Crecí, soñé, tuve alegrías y desengaños y hoy, tanto tiempo después, amanezco con un año más en mi cuenta. Todos los que me recibieron en sus vidas y me quisieron incondicionalmente no están para felicitarme. Los añoro más que nunca cuando el camino ha empezado a descender hacia el final a una velocidad cada vez más acelerada. Sueño a veces con ellos y, entre sueños, creo notar sus manos en las mías. Con ello me conformo. Pero no me he quedado sin felicitaciones: la familia que he formado, los amigos que he escogido, las buenas gentes que he tratado están tocando a mi puerta para que un cumpleaños siempre sea un motivo de alegría y el día dé una cosecha generosa de buenos deseos ...

Adioses

Dice el Eclesiastés que todo tiene su momento oportuno, que hay tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo. Y eso mismo nos enseña la vida. Que hay un tiempo para empezar y un tiempo para acabar. Un tiempo para ser feliz y un tiempo para llorar. Un tiempo para vivir y un tiempo para recordar. Hoy, once de abril, hace seis años que mi padre murió y anteayer vendí su querida cochera.  Tras esa puerta, en ese patio, en esos corralitos, en esa chimenea pasó, junto a mi madre y toda la familia, momentos inolvidables. Era su orgullo y su alegría; la ilusión de levantarse por la mañana. Tuvo una burra -Guillerma-, gallinas, conejos, cerdos, gatos; hizo la matanza; sembró, recogió; se bañó en su alberca; guardó su quad; mimó su parra; tomó el sol en la puerta en los inviernos crudos y la sombra en el verano ardiente; conversó al calor de la candela; vio pasar los años y despidió a todos los suyos; caminó hacia el cementerio para hablar con mi madre; reunió a sus nietos, que jugaban en e...

Mi madre. Biografía de lo cotidiano III

Mi madre siempre iba a la moda. No le temía a ponerse lo último de lo último. Tenía mi madre una sonrisa espléndida, de la que estaba muy orgullosa. Fue rubia platino muchos años de su vida. En el pueblo y en el barrio la recuerdan aún algunos como "la rubia". Con doce años, viendo a mi padre subirse al camión de los quintos, supo que se iba a casar con él. Mi madre me contaba los imposibles dolores de cabeza que le daba el colgar el tabaco que mi abuelo cosechaba. Era optimista por fuera y pesimista por dentro. Se la llevó la tristeza que le crecía en el pecho, sin que pudiéramos ayudarla. No le gustó irse del pueblo y no le gustó volver al pueblo. A mi madre le gustaba hacer favores a familia y amigos. Mucha gente le pedía consejo. Hubo hermanos que la quisieron y alguna que no. Su infancia tuvo días luminosos en la huerta de la Camorra. Mi madre se hacía el rabillo del ojo, se ponía pinzas por la noche y me decía "Ana Mari, píntate un poquito". Adoraba a su madre...