Esa criatura que, en pose de pequeño Buda, espera paciente para soplar la vela de su primer año de vida soy yo. Llegué a una familia que me esperaba con una ilusión desbordante y de la que me convertí en centro y razón. El destino me llevó lejos de donde vi la luz. Conocí otras gentes y otras maneras de vivir. Crecí, soñé, tuve alegrías y desengaños y hoy, tanto tiempo después, amanezco con un año más en mi cuenta. Todos los que me recibieron en sus vidas y me quisieron incondicionalmente no están para felicitarme. Los añoro más que nunca cuando el camino ha empezado a descender hacia el final a una velocidad cada vez más acelerada. Sueño a veces con ellos y, entre sueños, creo notar sus manos en las mías. Con ello me conformo. Pero no me he quedado sin felicitaciones: la familia que he formado, los amigos que he escogido, las buenas gentes que he tratado están tocando a mi puerta para que un cumpleaños siempre sea un motivo de alegría y el día dé una cosecha generosa de buenos deseos ...