Tenía mi madre una sonrisa espléndida, de la que estaba muy orgullosa.
Fue rubia platino muchos años de su vida. En el pueblo y en el barrio la recuerdan aún algunos como "la rubia".
Con doce años, viendo a mi padre subirse al camión de los quintos, supo que se iba a casar con él.
Mi madre me contaba los imposibles dolores de cabeza que le daba el colgar el tabaco que mi abuelo cosechaba.
Era optimista por fuera y pesimista por dentro. Se la llevó la tristeza que le crecía en el pecho, sin que pudiéramos ayudarla.
No le gustó irse del pueblo y no le gustó volver al pueblo.
A mi madre le gustaba hacer favores a familia y amigos. Mucha gente le pedía consejo.
Hubo hermanos que la quisieron y alguna que no.
Su infancia tuvo días luminosos en la huerta de la Camorra.
Mi madre se hacía el rabillo del ojo, se ponía pinzas por la noche y me decía "Ana Mari, píntate un poquito".
Adoraba a su madre y su palabra, para ella, era ley.
Mi madre no conoció a mi niña. Mi niña conoce a su abuela por lo que yo le cuento.
Cada Nochebuena hacía "guarritos", como ella les llamaba a los calamares rellenos.
Mi madre pasó el tifus cuando era joven.
Cantaba tan mal como yo, pero no paraba de cantar mientras lavaba a mano.
Hoy hace veinticinco años que lloro a mi madre.
Imagen: en la boda de su Teresa.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMi madre los hace también en Nochebuena.
ResponderEliminarMenudo trabajo dice...
Pero cada año los vuelve a preparar y yo me acuerdo de ti.
Benditos "guarritos" que nos unen.
EliminarQue buen recuerdo todas esas vivencias. Un lujo a pesar de todo!!!
ResponderEliminar