Ir al contenido principal

El inspector que ordeñaba vacas (II)

Como lo prometido es deuda, me he leído  "El inspector que ordeñaba vacas" y aquí van mis opiniones.

Antes que nada espero que esta entrada no llegue a las manos del autor puesto que, siendo como es poli, no me gustaría a mí tener problemas con la ley y menos con un representante de la ley tan rotundo como éste.

A lo que vamos. La historia está contada en dos lugares y momentos: cuando el inspector (porque el protagonista es poli, como el autor) está en Barcelona metido en una truculenta investigación con corrupción de menores por medio y dos años después, en Brasil, dedicado a la vida de granjero.

Cualquier lector, por poco leído que sea, sabe que las historias que se cuentan desde dos momentos diferentes tienen que mantener una tensión adecuada y en esta novela esto no ocurre: se ve demasiado claramente que todo acabó bien y que el protagonista es feliz cual perdiz con su amada (¡ay, que he destripado una parte!).

La historia es muy planita, poco creíble, con unos malos, malísimos y unos buenos, buenísimos. Por cierto que hay un grupito de eruditos muy entrañable, que es quien lo pone en el camino de la paz interior, que a mí me recuerdan a aquellos sabios estrafalarios de la película "Bola de fuego" . En las lecciones que le imparten esos sabios maravillosos aprovecha el autor para endosarnos una supuesta filosofía de vida que, me da a mí en la nariz, que él lleva a rajatabla en su vida real y de la que se siente especialmente satisfecho. A decir verdad, por lo menos físicamente, le está dando claros resultados.

Pero lo peor, peor, lo que me ha chirríado durante toda la lectura es que es una novela de concursante de Pasapalabra. Y, claro, ver Pasapalabra es fantástico, estimulante, divertido. Pero leer un libro en clave Pasapalabra te llega a cansar.

Voy a poner algunos ejemplos para que veáis claro lo que quiero decir. "...de forma que subvenga a todas las necesidades del predio.", "Creo que les congratula ver cómo me complazco con sus presentes.", "...procedió a la hercúlea tarea de depositar su ampulosa corpulencia sobre la butaca.", "...no conseguía conturbar mi alma...", "...me habían armado con una panoplia de recursos personales...", "...empapándome del silencio centenario que, a pesar de las hordas de turistas que lo usurpaban, destilaban sus edificios de piedra,...", "...mi contento se disipó...", "...me asaltó de forma inopinada...", "...el cumplimiento del precepto dominical constituye sólo un insignificante paréntesis pseudoespiritual en sus vidas de descreídos animales consumistas.", "...promovía a la fuerza el cambio de titularidad de la ilícita mercancía...", "...me había abierto un apetito voraz, por lo que me premié dándome un festín...", "...La pantagruélica pitanza..." y así hasta la saciedad.

En fin, que a mi querido Luis, el fantástico concursante que me tenía encandilada delante del televisor, le diría dos cosas: la primera que busqué un misterio más elaborado con personajes con luces y sombras (al estilo Brunetti o Montalbano, por ejemplo) y, segunda, que ante la duda entre dos palabras, escoja la más clara y sencilla por encima de la más culta. y alejada del uso cotidiano. Delibes decía que empezó a ser un buen escritor cuando se dio cuenta de que el lenguaje sencillo y cristalino era el que daba más fuerza a la historia. Parafraseando algo muy oído: menos es más.

Y, bueno, nada, que ésta es una crítica sin acritud. Yo, que escribo majaderías, me descubro ante quienes cumplen su sueño de poner una historia en las librerías y que la gente las compre, las lea... aunque las critique. Bravo por los que tienen el valor de hacerlo.
Y  no os compréis el libro, os lo dejo.

Comentarios

  1. Grandilocuente y decimonónico el señor, por lo que parece.
    Gracias por el consejo.
    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Y sólo he escogido unas frasecillas al azar. Así, todo el libro.
      Besos.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va...

" Dime, Niño, de quién eres   todo vestido de blanco.  Soy de la Virgen María  y del Espíritu Santo.  Resuenen con alegría  los cánticos de mi tierra  y viva el Niño de Dios  que ha nacido en Nochebuena.  La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va.  Y nosotros nos iremos,  y no volveremos más.  Dime Niño de quién eres y si te llamas Jesús.  Soy de amor en el pesebre  y sufrimiento en la Cruz.  Resuenen con alegría los cánticos de mi tierra  y viva el Niño de Dios  que ha nacido en Nochebuena". Poníamos boca abajo el cajón en el que nos había llegado la matanza del pueblo y lo arrimábamos a la pared. Colocábamos con chinchetas en la pared un papel azul oscuro con estrellas, una de ellas con cola brillante. Echábamos viruta marrón, viruta verde... Poníamos un río y un laguito con papel de plata. En un esquina, el pesebre con la mula, el buey, San José, la Virgen y el Niño. En lo alto, un ángel.  Mi padre le había hecho un agujero al portal de

Adiós a una mujer buena

De todas las personas que he conocido, a nadie como a Ana Mari la definían menos sus poses y sus gestos en las fotografías. Ese tema era objeto de comentarios divertidos y cariñosos cada vez que repasábamos un álbum: vaya cara, qué pose, jajajajaja ...  Porque Ana Mari era, a pesar de ese aspecto intimidante que, no sabemos el porqué, retrataban las fotos -y como decía Machado-  en el buen sentido de la palabra, buena .  Buena con los suyos y con los ajenos. Buena en el trato, en la palabra, en el hecho y en la omisión. Buena por carácter y convicción. Buena de corazón. Olvidaré los últimos días, y su imagen frágil y delicada, porque esa persona que se acababa ya no era ella. Y, por ello, la recordaré por siempre toda energía y fortaleza. La recordaré entre los fogones, haciéndole a cada uno lo que más le gustaba. La recordaré descalza, en la terraza, regando con brío sus esplendorosas macetas. La recordaré diciendo hijomíoooo , como el máximo y único reproche que se permitía hacer cua

Un solo, y completo, deseo

Viajamos en una nave que completa hoy su trayecto alrededor del sol, cerrando así un ciclo de vida. Cuando lleguen las doce y las campanadas den fe del cambio de año, entre los gestos rituales de las uvas, el cava y las sonrisas, hemos de sacar unos segundos para pedir deseos para nosotros y para aquellos que apreciamos y que pueblan nuestro mundo.  Es difícil elegir algo de entre todo lo que nos falta o de entre todo lo que se tiene y se quiere conservar. Solemos resumirlo precipitadamente en salud y que el año que se inicia sea mejor que el anterior. Algunos se aventuran a pedir que se cumpla un sueño que llevan largo tiempo acariciando. Los más conformistas piden quedarse como están. Los perezosos hacen suyos los deseos comunes y piden paz y alegría en el mundo, como si eso no dependiera de que se cumplan miles de anhelos previos. Hay quien esconde deseos, demasiado arriesgados para nombrarlos, y espera que se cumplan mágicamente solo por no decirlos en voz alta. Esperan que este qu