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Vidas que nunca viviré: fotógrafa de fama mundial

Yo haría grandes exposiciones con un título atrayente.

Por ejemplo: "Manos que trabajan". Sería una serie de fotografías en las que aparecerían primeros planos de manos enfrascadas en alguna actividad.
Manos de albañil colocando primorosamente filas de ladrillos. Manos de juez dando con el mazo. Manos de escritor posadas delicadamente en el teclado de un ordenador. Manos de bombero aferradas dramáticamente a la manguera.

Se expondrían en las más reputadas galerías de París, Nueva york y Londres. Después del éxito clamoroso recorrerían, itinerantes, ciudades más discretas, de países en vías de desarrollo, como Madrid, Barcelona o Río de Janeiro.

Mientras el éxito recompensaba mi arte yo ya estaría enfrascada en nuevos proyectos.
Por ejemplo: "Los pies en la tierra".
Ahí se recogerían imágenes de los pies de un recolector de cacao peligrosamente cerca de su herramienta de trabajo; de los pies de un niño churretoso encima de un vertedero con el contrapunto de la cabeza de una gaviota disputándole el botín; de los pies de una rubia oxigenada al borde de una piscina megasupergrande; de los pies de un cadáver con una etiqueta identificativa en su dedo gordo; de los pies manchados de tinta de un recién nacido.

Por supuesto, todas las fotografías en blanco y negro o, si me apuras, coloreadas con la técnica de los años 30. Y con granito. Con mucho granito.
Evitaría titularlas. Solo le pondría números: número 1, número 2, número 3...
Con el paso del tiempo Ruano nº 3 sería tan conocida como Chanel nº 5: todo el mundo sabría de lo que se estaba hablando.

Mi vida no tendría ataduras: ni parejas estables, ni hijos, ni relaciones familiares convencionales. Mi círculo se ceñiría a un puñado de intelectuales, aristócratas y millonarios extavagantes. Todos ellos, como mínimo, alcohólicos o cocainómanos. Pasarían largas temporadas en mi casa o yo en las suyas. También acogeríamos a gente del pueblo que nos diera un toque de gente concienciada. Podría ser un viejo bailarín de claqué, un antiguo marxista-leninista, un torero venido a menos, un chino misterioso residente en Chinatown... Cuantos más hombres mejor: las mujeres inquietantes no deben rodearse de mujeres.

Ya mayor, recibiría la visita de plumillas jóvenes en busca de la entrevista de su vida. Les ofrecería frases lapidarias del tipo: "Sólo veo la vida a través de un objetivo", "Mis manos tiemblan con el tic del disparador", "Sueño con encuadres en blanco y negro" y silencios profundos que ellos interpretarían después con tono apocalíptico.

Una vez muerta dispondría que aventaran mis cenizas en la Quinta Avenida de Nueva York o en una duna del Sáhara o al pie del Kilimanjaro o en el valle del Jerte con todos los cerezos en flor... Ninguna lápida podría acoger tanta grandeza e inmortalidad. Sólo mis cenizas vagando por el aire y mis fotografías dando la vuelta al mundo por siempre jamás.

Y ya está.

Imagen: Mirtha Díaz Fuentes
 http://www.flickr.com/photos/midiazf/7012121261/

Comentarios

  1. En otra vida, Ana. Pídetelo para otra vida.
    Si lo consigues, me avisas para que no me asuste de tanto glamour. Pero recuerda que las fotografías, al contrario de la pintura, recogen la cruda realidad.
    Buena entrada.
    Besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, guapa.
      Igual si que vamos viviendo vidas diferentes y no nos acordamos.
      Ya sabes que hay religiones que creen en la reencarnación. Y otras que creen que nos vamos reencarnando sólo mientras tenemos culpas que pagar.
      Un abrazo.

      Eliminar

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