Ante un auditorio de alumnos soñolientos y aburridos llegamos a la morfología.
Un sustantivo es una palabra que nombra a seres, objetos e ideas abstractas.
Aunque parezca mentira, mejor detenerse ante "ideas abstractas"; nunca está de más dejar las cosas claras.
Si mostramos a cualquier persona de nuestro entorno, sin distinción de edad ni de sexo ni de situación económica, la imagen de un lápiz reconocerá, sin dudarlo, que es un lápiz -un objeto- pero no hay una imagen que represente, de manera inequívoca, una idea abstracta.
Si quiero representar la palabra amistad me va a ser difícil que aquel a quien le muestre una imagen que para mí la represente coincida en nombrarla como yo. Puedo enseñar un abrazo, dos manos entrelazadas, dos personas sentadas a una mesa tomando café, un grupo de personas observando el mar, jóvenes que se ríen en la calle, tres abuelas tricotando juntas, alguien que llora con alguien posando su mano en el hombro... Ante todas esas imágenes, que a mí me evoquen la amistad, puedo oír palabras diferentes: bondad, compañía, compasión, alegría, armonía, paz... Todas ellas ideas abstractas nombradas por un sustantivo.
Mi soñoliento y aburrido auditorio asiente, o no, y continuamos la clase desgranando la retahíla de las categorías gramaticales, tan distantes de sus intereses adolescentes.
Y cuando salgo de la clase y hago otras tareas; mientras voy a mi casa caminando bajo este sol de octubre tan inclemente; mientras espero el sueño repasando el día que ya está quedando atrás me viene una y otra vez a la cabeza la idea de amistad.
Qué difícil es ponerle nombre a un sentimiento que necesita ser recíproco para ser gratificante. Qué difícil es estar seguro de que lo que a ti te está diciendo el corazón se lo está diciendo también al otro.
Hay quien dirá: "como en el amor". No, en el amor es más fácil. La reciprocidad se quiere manifiesta. Por eso se pregunta, se declara. "¿Me quieres?" "¿Qué sientes por mí?" "¿Has dejado de quererme?". Incluso se mide: "¿cuánto me quieres?". Se busca acordar compromisos y avanzar etapas. Si no hay acuerdo, el sentimiento debe extinguirse. Se rescinde el contrato.
Cuando ya se han perdido los dientes de leche es muy difícil que preguntemos con naturalidad a un amigo si es nuestro amigo y hasta dónde. Con qué intensidad nos quiere y qué espera de nosotros. Qué podemos esperar nosotros de él. Ya no podemos declarar "no me ajuntas" o "amigos para siempre".
Cuando somos adultos entrar a hablar de amistad es entrar en un terreno pantanoso e inestable. La gente, según le haya ido en la vida, es más hermética o más confiada o más cínica. Sigue esperando que alguien luminoso se cruce en su camino o es capaz de descubrir un amigo en alguien diferente o, al contrario, cerró su corazón para siempre a gente a quien querer sin esperar nada a cambio.
Es triste perder a quien creíamos amigo en este camino imprevisible que es la vida pero, cuando eso ocurre, reflexionamos si éramos sólo nosotros quienes habíamos colocado esa categoría sobre alguien que tenía otra idea o si habíamos completado con nuestras intenciones las carencias que no veíamos en el otro.
Nos queda la sospecha de haber cometido un error; la tristeza de no haber despertado un sentimiento.
Nos queda el íntimo desconsuelo de haber invertido en quien no lo merecía. O de no merecer lo que se había prometido.
Imagen: Bet.
Un sustantivo es una palabra que nombra a seres, objetos e ideas abstractas.
Aunque parezca mentira, mejor detenerse ante "ideas abstractas"; nunca está de más dejar las cosas claras.
Si mostramos a cualquier persona de nuestro entorno, sin distinción de edad ni de sexo ni de situación económica, la imagen de un lápiz reconocerá, sin dudarlo, que es un lápiz -un objeto- pero no hay una imagen que represente, de manera inequívoca, una idea abstracta.
Si quiero representar la palabra amistad me va a ser difícil que aquel a quien le muestre una imagen que para mí la represente coincida en nombrarla como yo. Puedo enseñar un abrazo, dos manos entrelazadas, dos personas sentadas a una mesa tomando café, un grupo de personas observando el mar, jóvenes que se ríen en la calle, tres abuelas tricotando juntas, alguien que llora con alguien posando su mano en el hombro... Ante todas esas imágenes, que a mí me evoquen la amistad, puedo oír palabras diferentes: bondad, compañía, compasión, alegría, armonía, paz... Todas ellas ideas abstractas nombradas por un sustantivo.
Mi soñoliento y aburrido auditorio asiente, o no, y continuamos la clase desgranando la retahíla de las categorías gramaticales, tan distantes de sus intereses adolescentes.
Y cuando salgo de la clase y hago otras tareas; mientras voy a mi casa caminando bajo este sol de octubre tan inclemente; mientras espero el sueño repasando el día que ya está quedando atrás me viene una y otra vez a la cabeza la idea de amistad.
Qué difícil es ponerle nombre a un sentimiento que necesita ser recíproco para ser gratificante. Qué difícil es estar seguro de que lo que a ti te está diciendo el corazón se lo está diciendo también al otro.
Hay quien dirá: "como en el amor". No, en el amor es más fácil. La reciprocidad se quiere manifiesta. Por eso se pregunta, se declara. "¿Me quieres?" "¿Qué sientes por mí?" "¿Has dejado de quererme?". Incluso se mide: "¿cuánto me quieres?". Se busca acordar compromisos y avanzar etapas. Si no hay acuerdo, el sentimiento debe extinguirse. Se rescinde el contrato.
Cuando ya se han perdido los dientes de leche es muy difícil que preguntemos con naturalidad a un amigo si es nuestro amigo y hasta dónde. Con qué intensidad nos quiere y qué espera de nosotros. Qué podemos esperar nosotros de él. Ya no podemos declarar "no me ajuntas" o "amigos para siempre".
Cuando somos adultos entrar a hablar de amistad es entrar en un terreno pantanoso e inestable. La gente, según le haya ido en la vida, es más hermética o más confiada o más cínica. Sigue esperando que alguien luminoso se cruce en su camino o es capaz de descubrir un amigo en alguien diferente o, al contrario, cerró su corazón para siempre a gente a quien querer sin esperar nada a cambio.
Es triste perder a quien creíamos amigo en este camino imprevisible que es la vida pero, cuando eso ocurre, reflexionamos si éramos sólo nosotros quienes habíamos colocado esa categoría sobre alguien que tenía otra idea o si habíamos completado con nuestras intenciones las carencias que no veíamos en el otro.
Nos queda la sospecha de haber cometido un error; la tristeza de no haber despertado un sentimiento.
Nos queda el íntimo desconsuelo de haber invertido en quien no lo merecía. O de no merecer lo que se había prometido.
Imagen: Bet.
¡Qué desconsuelo de entrada, Ana!
ResponderEliminarMe quedo con un ay en el corazón.
Tu reflexión es buena. Pero ¿sabes?. En esto de las amistades sí que pongo la mano en el fuego por aquello que dice que el tiempo pone todo en su sitio. y que pra unas risas todo el mundo es bueno.
En mí puedes invertir cuanto quieras (si es que piensas lo mismo, claro).
Un beso.
Por supuesto.
ResponderEliminarA ti hasta te puedo preguntar ¿cuánto me quieres? sin temor a hacer el ridículo. Por cierto, ¿cuánto me quieres?
Un abrazo.
Como la trucha al trucho. Mucho.
EliminarUn abrazo lleno de besos.
Como los patos: pa'toa la vida. ¡Ja, ja!
ResponderEliminarBesitos.