¿Conocéis a Jorge Valdano?
Esta es la historia de su frase: en 1990 el seleccionador nacional argentino, Bilardo, lo convoca para el mundial de Italia -a un jugador con casi 35 años- y se entrena durante varios meses para ser, en el último momento, desvinculado del equipo. Regio, como dicen los argentinos, solo comenta: "Nadé a través del océano y me ahogué en la orilla".
Solo un filósofo de lo cotidiano, un pensador de lo corriente, un sabio de lo común, un genio de lo ordinario, un poeta de lo frecuente podría decirlo tan bien y tan bello.
Así se siente quien ha puesto el corazón y la cabeza en proyectos de futuro que finalmente se diluyen entre los obstáculos que van saliendo al paso.
Nada fue demasiado grande ni demasiado costoso mientras se nadaba con esfuerzo y con la esperanza intacta. La meta al alcance de la mano; la orilla a la vista. Ningún estorbo desanimaba porque cada brazada parecía acercar al objetivo que guiaba los días y los afanes. Las promesas eran tantas y tan claras que ningún sacrificio era demasiado grande. Con soberbia se creía que quien no alcanza las riberas es porque no quiere.
Y ahí, ya casi llegando, algo sale mal. El agua que rodea se vuelve espesa o quizá ya no se bracea con el mismo ímpetu o tal vez no se calcula bien la inmensidad del océano.
No, eso no. Ya basta de arrastrar la culpa que lleva a los golpes de pecho: todo estaba calculado. La prueba está en esa orilla tan cercana, en los pies casi tocando el fondo para que, ya exhaustos, se pueda caminar mientras los pulmones y el corazón recuperan la vida.
Es la orilla traidora que no está donde debe o quizá la playa no mereció tantos anhelos. Las promesas, que vuelan como las pavesas de la hoguera de la que ya no queda nada.
Y lo cierto es que ahora es tarde. Los barcos que asistían están lejos. Cambiar de dirección es imposible: no quedan fuerzas para ello.
Hay que dejarse ir. Que la brega deje paso a la quietud. Volver al agua porque agua somos. Conformarse con decir con estoicismo -que queda mejor que con resignación- "nadé a través del océano y me ahogué en la orilla".
Y que la orilla espere. Que ya no volverá a intentarse. Pasó el momento.
Imagen: www.is3s.com
Esta es la historia de su frase: en 1990 el seleccionador nacional argentino, Bilardo, lo convoca para el mundial de Italia -a un jugador con casi 35 años- y se entrena durante varios meses para ser, en el último momento, desvinculado del equipo. Regio, como dicen los argentinos, solo comenta: "Nadé a través del océano y me ahogué en la orilla".
Solo un filósofo de lo cotidiano, un pensador de lo corriente, un sabio de lo común, un genio de lo ordinario, un poeta de lo frecuente podría decirlo tan bien y tan bello.
Así se siente quien ha puesto el corazón y la cabeza en proyectos de futuro que finalmente se diluyen entre los obstáculos que van saliendo al paso.
Nada fue demasiado grande ni demasiado costoso mientras se nadaba con esfuerzo y con la esperanza intacta. La meta al alcance de la mano; la orilla a la vista. Ningún estorbo desanimaba porque cada brazada parecía acercar al objetivo que guiaba los días y los afanes. Las promesas eran tantas y tan claras que ningún sacrificio era demasiado grande. Con soberbia se creía que quien no alcanza las riberas es porque no quiere.
Y ahí, ya casi llegando, algo sale mal. El agua que rodea se vuelve espesa o quizá ya no se bracea con el mismo ímpetu o tal vez no se calcula bien la inmensidad del océano.
No, eso no. Ya basta de arrastrar la culpa que lleva a los golpes de pecho: todo estaba calculado. La prueba está en esa orilla tan cercana, en los pies casi tocando el fondo para que, ya exhaustos, se pueda caminar mientras los pulmones y el corazón recuperan la vida.
Es la orilla traidora que no está donde debe o quizá la playa no mereció tantos anhelos. Las promesas, que vuelan como las pavesas de la hoguera de la que ya no queda nada.
Y lo cierto es que ahora es tarde. Los barcos que asistían están lejos. Cambiar de dirección es imposible: no quedan fuerzas para ello.
Hay que dejarse ir. Que la brega deje paso a la quietud. Volver al agua porque agua somos. Conformarse con decir con estoicismo -que queda mejor que con resignación- "nadé a través del océano y me ahogué en la orilla".
Y que la orilla espere. Que ya no volverá a intentarse. Pasó el momento.
Imagen: www.is3s.com
Pero siempre le quedará la elegancia, lo vivido, lo triunfado... y lo legado.
ResponderEliminarFlaco botín.
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