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Nueve de noviembre o el alexitímico que ayudó a vender miles de discos.

"Era feliz en su matrimonio 
aunque su marido era el mismo demonio. 
Tenía el hombre un poco de mal genio 
y ella se quejaba de que nunca fue tierno. 
Desde hace ya más de tres años 
recibe cartas de un extraño. 
Cartas llenas de poesía 
que le han devuelto la alegría 

Quién la escribía versos, dime quien era. 
quién la mandaba flores por primavera. 
Quién cada nueve de noviembre, 
como siempre sin tarjeta, 
la mandaba un ramito de violetas. 

A veces sueña y se imagina 
cómo será aquel que tanto la estima. 
Sería un hombre más bien de pelo cano, 
sonrisa abierta y ternura en las manos. 
No sabe quién, sufre en silencio, 
quién puede ser su amor secreto. 
Y vive así, de día en día, 
con la ilusión de ser querida. 

Quién la escribía versos, dime quién era,
quién la mandaba flores por primavera.
Quién, cada nueve de noviembre, 
como siempre sin tarjeta, 
la mandaba un ramito de violetas 

Y cada tarde, al volver su esposo, 
cansado del trabajo, la mira de reojo. 
No dice nada porque lo sabe todo. 
Sabe que es feliz, así de cualquier modo. 
Porque él es quién le escribe versos. 
Él, su amante, su amor secreto. 
Y ella que no sabe nada 
mira a su marido y luego calla 

Quién la escribía versos, dime quién era, 
quién la mandaba flores por primavera. 
Quién cada nueve de noviembre, 
como siempre sin tarjeta, 
la mandaba un ramito de violetas."

Y esta es la letra de  Un ramito de violetas. Y era esta una canción que allá por 1975 se escuchaba en todas las emisoras de radio y en la televisión -la única televisión-. Y que después se versionó (quién no recuerda a Manzanita, con su voz desgarrada). Y que se ha vuelto a publicar -remasterizada o como quiera que se llame a esa limpieza supuestamente engrandecedora de las canciones antiguas- hace poco. Y que se sigue escuchando. Y que casi todo el mundo puede corear y salir airoso con ella si las circunstancias lo ponen en el aprieto de un karaoke. Y que me gusta mucho pero que también me da un poco de grima.

Y me da grima porque sus protagonistas son dos infelices pero, contrariamente a lo que la gente piensa, él es el más infeliz de los dos. Y es el hombre más raro de la historia de la música, solo superado por aquel "pringao" al que lo deja la mujer y solo se le ocurre preguntarle que de dónde es y a qué dedica el tiempo libre.

Ella es una inocente, encerrada en un mundo pequeñito y triste, de rutinas y silencios, pero del cual puede escapar, como los niños y los locos, con las alas que dan la imaginación y la ilusión.
Pero, ¿y él? Él sí que es un infeliz, un desgraciado, una persona incapaz de manifestar los sentimientos, un alexitímico que diríamos ahora para parecer que todos dominamos el lenguaje psicológico.
No es capaz de decir "te quiero", aunque así sea. No es capaz de un beso, de un contacto suave, de una caricia sin porqués, de llegar con un ramo en las manos. Y se acerca a su mujer de manera vicaria, a través de ese fantasma interpuesto entre ellos por él mismo. Y, sin darse cuenta, -porque no parece que se dé cuenta- alienta a ese adulterio triste de pensamiento y omisión. Echa en brazos del amante fantasma a la que, se supone, quiere tanto como para tenerla en cuenta y querer alegrarle la vida.

Pero ese personaje tan triste no es tan raro. A nuestro alrededor tenemos a mucha gente como él. Se avergüenzan de sus propios sentimientos y los ocultan y luchan para que ningún resquicio de sus sentimientos salga a flote. No nos dan las gracias, ni nos ponen la mano en el hombro. No preguntan cuando nos ven abatidos y huyen como de la peste de las confidencias que pueden obligarles a manifestar sus afectos.

Parecen fuertes y seguros y dominadores y dueños del mundo y solo son pobres criaturas que dan poco y que aceptan poco.
Que pasan por las amistades y las relaciones familiares sin dejar huella. Que solo recibirán el cariño de los que, por sangre, están obligados a ello pero que nunca disfrutarán de la felicidad indescriptible que da decir te quiero mirando a los ojos, de abrazar porque sí, de regalar porque te llena, de sonreír porque acompaña, de preguntar, de consolar, de abrir tu corazón y recibir el ajeno. Pobres gentes.

Imagen: una pizca de cmha.blogspot.com

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