En los días cercanos a la Navidad de 1998 vamos todos en el coche familiar camino del pueblo.
Mi marido, conduciendo. En la parte de atrás mis dos hijos varones: uno con cinco años y el otro con 21 meses.
Todos durmiendo menos el conductor, claro.
Deben ser las tres o las cuatro de la madrugada. Ya hemos entrado en Andalucía. Circulamos por la A-92, a la altura de Bailén, quizá. Los detalles se me han borrado. La autovía está casi desierta. Noche cerrada. Despierto y me acurruco debajo de la manta. Hace un poco de frío porque la calefacción no está puesta para evitar la somnolencia de quien conduce.
Pienso en que faltan unas horas para reencontrarnos con la familia. Están todos deseando vernos, sobre todo a los niños.
Vuelvo la cabeza. Están plácidamente dormidos, cada uno en su sillita. Respiran acompasadamente, seguros, soñando quizá con todo lo que llevamos hablando desde hace semanas.
Sus boquitas entreabiertas. Sus largas pestañas descansando en las mejillas. Sus manitas que se agitan imperceptiblemente
Me giro hacia adelante. Vamos por la derecha, tomando una amplia curva. Por el carril de la izquierda se cruza con nosotros un Renault 11; gris, creo. Circulamos a 120 por hora y el otro, más o menos a la misma velocidad.
Pasados unos segundos le digo a mi marido "¿No vamos por una autovía? ¿No son nuestros los dos carriles?" "Sí". Ni siquiera estamos asustados. Poco a poco comprendemos lo que acaba de ocurrir. Un kamikaze se ha cruzado en nuestro camino. Seguimos vivos. Miro a mis hijos que siguen durmiendo sin saber que su vida ha pendido de un hilo.
Aún no es la época de los móviles o no, al menos, para nosotros. Nos salimos en la siguiente vía de servicio y llegamos a una gasolinera. El dependiente ya sabe de qué hablamos. Muchos otros conductores han denunciado alarmados el cruce con ese coche. La guardia civil lo ha detenido. Era un matrimonio de jubilados que se habían confundido en una zona en obras, a la que pronto llegaremos, y, al incorporarse de nuevo a la autovía, habían tomado la dirección equivocada.
Ya no duermo en todo el viaje. Hablamos sobre lo ocurrido. Sobre lo que nos queda por vivir y lo que podríamos haber perdido. Decidimos no contar nada a la familia. No hay que añadir más preocupaciones a las que les procura siempre este largo viaje.
La muerte se ha rozado con nosotros hombro con hombro y nos ha respetado.
Miro a mis hijos y me los imagino en el futuro. Siento la angustia de saber que nadie puede protegerlos, ni siquiera yo.
Que cada día tenga su afán por si este fuera el último.
Imagen: esgdefon.com
Mi marido, conduciendo. En la parte de atrás mis dos hijos varones: uno con cinco años y el otro con 21 meses.
Todos durmiendo menos el conductor, claro.
Deben ser las tres o las cuatro de la madrugada. Ya hemos entrado en Andalucía. Circulamos por la A-92, a la altura de Bailén, quizá. Los detalles se me han borrado. La autovía está casi desierta. Noche cerrada. Despierto y me acurruco debajo de la manta. Hace un poco de frío porque la calefacción no está puesta para evitar la somnolencia de quien conduce.
Pienso en que faltan unas horas para reencontrarnos con la familia. Están todos deseando vernos, sobre todo a los niños.
Vuelvo la cabeza. Están plácidamente dormidos, cada uno en su sillita. Respiran acompasadamente, seguros, soñando quizá con todo lo que llevamos hablando desde hace semanas.
Sus boquitas entreabiertas. Sus largas pestañas descansando en las mejillas. Sus manitas que se agitan imperceptiblemente
Me giro hacia adelante. Vamos por la derecha, tomando una amplia curva. Por el carril de la izquierda se cruza con nosotros un Renault 11; gris, creo. Circulamos a 120 por hora y el otro, más o menos a la misma velocidad.
Pasados unos segundos le digo a mi marido "¿No vamos por una autovía? ¿No son nuestros los dos carriles?" "Sí". Ni siquiera estamos asustados. Poco a poco comprendemos lo que acaba de ocurrir. Un kamikaze se ha cruzado en nuestro camino. Seguimos vivos. Miro a mis hijos que siguen durmiendo sin saber que su vida ha pendido de un hilo.
Aún no es la época de los móviles o no, al menos, para nosotros. Nos salimos en la siguiente vía de servicio y llegamos a una gasolinera. El dependiente ya sabe de qué hablamos. Muchos otros conductores han denunciado alarmados el cruce con ese coche. La guardia civil lo ha detenido. Era un matrimonio de jubilados que se habían confundido en una zona en obras, a la que pronto llegaremos, y, al incorporarse de nuevo a la autovía, habían tomado la dirección equivocada.
Ya no duermo en todo el viaje. Hablamos sobre lo ocurrido. Sobre lo que nos queda por vivir y lo que podríamos haber perdido. Decidimos no contar nada a la familia. No hay que añadir más preocupaciones a las que les procura siempre este largo viaje.
La muerte se ha rozado con nosotros hombro con hombro y nos ha respetado.
Miro a mis hijos y me los imagino en el futuro. Siento la angustia de saber que nadie puede protegerlos, ni siquiera yo.
Que cada día tenga su afán por si este fuera el último.
Imagen: esgdefon.com
Ese personaje llamado destino, ¡Dios mío!, ¿dónde nos tendrá preparadas las próximas trampas?
ResponderEliminarAlgunas, las vamos esquivando.
Que el 2014 nos ayude a seguir evitando, sorteando, toreando y eludiendo peligros, riesgos y amenazas.
Un beso.
De algunas no nos debemos enterar, por suerte.
ResponderEliminarUn abrazo.