Esta mujer, ya eternamente joven, que nos mira desde la historia es Madame Roland.
Nada sabríamos de ella si no fuera por su decidida participación en la Revolución Francesa y su triste fin (el de ella y el de la Revolución).
Alentó la causa revolucionaria hasta que, junto a su marido, cayeron en desgracia por criticar los excesos que se estaban cometiendo.
EL 8 de noviembre de 1793 fue guillotinada y, antes de colocar su cabeza en el cepo, se inclinó ante la estatua de arcilla de la Libertad situada en la Plaza de la Revolución (actual Place de la Concorde) y pronunció -¡qué presencia de ánimo a punto de perder la cabeza!- esa ya famosa frase que encabeza esta entrada: "¡Oh, Libertad!, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!"
Y tan cierta es esa afirmación como que allí se acabó su vida y empezó su leyenda.
Y nos viene a la memoria casi dos siglos y cuarto después porque el nombre de la Libertad se sigue invocando en vano. Se hace, con demasiada frecuencia, por intereses espurios y el pueblo, o mejor dicho, la masa, sigue a quien la enarbola cegado por los mezquinos objetivos que tras ella se esconden.
Hace pocos días nos sorprendió el redentor de un pequeño país de un pequeño planeta de un pequeño sistema solar defendiendo a los esclavos y a los mujeres e invocando derechos, libertades y anhelos del pueblo llano: "“Si las leyes solo fueran leyes y no tuvieran espíritu, las mujeres no votarían y los esclavos continuarían siendo esclavos". Que diréis: hace bien, para eso es un hombre del pueblo. Proveniente de la mina o del campo, hijo o nieto de quienes se dejaron en la lucha su vida y su corazón.
Pero no. Este señor que reclama desde calles y tribunas la voz para el pueblo es el privilegiado perteneciente a una familia acomodada -muy acomodada, diría yo- relacionada con los negocios textiles y metalúrgicos. La escuela pública, la educación para todos como elemento igualitario y, por qué no, revolucionario- la conoce de oídas puesto que sus progenitores decidieron educarle con su casta, con los suyos, y estudió en el Liceo Francés.
Y también diréis que tampoco es un crimen. Pero sí que lo es. Es un crimen dividir con el sucio propósito de perpetuar el poder. Es un crimen prometer lo que no se puede cumplir. Es un crimen invocar el sacrificio y la sangre derramada en la historia para alardear de progreso y modernidad. Es un crimen sembrar vientos que quizá no puedan detenerse. Es un crimen decir libertad cuando se quiere decir más de lo mismo.
Dios nos coja confesados, madame Roland.
Imagen: Madame Roland coiffée du bonnet girondin. Versalles. Museo Lambinet
Nada sabríamos de ella si no fuera por su decidida participación en la Revolución Francesa y su triste fin (el de ella y el de la Revolución).
Alentó la causa revolucionaria hasta que, junto a su marido, cayeron en desgracia por criticar los excesos que se estaban cometiendo.
EL 8 de noviembre de 1793 fue guillotinada y, antes de colocar su cabeza en el cepo, se inclinó ante la estatua de arcilla de la Libertad situada en la Plaza de la Revolución (actual Place de la Concorde) y pronunció -¡qué presencia de ánimo a punto de perder la cabeza!- esa ya famosa frase que encabeza esta entrada: "¡Oh, Libertad!, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!"
Y tan cierta es esa afirmación como que allí se acabó su vida y empezó su leyenda.
Y nos viene a la memoria casi dos siglos y cuarto después porque el nombre de la Libertad se sigue invocando en vano. Se hace, con demasiada frecuencia, por intereses espurios y el pueblo, o mejor dicho, la masa, sigue a quien la enarbola cegado por los mezquinos objetivos que tras ella se esconden.
Hace pocos días nos sorprendió el redentor de un pequeño país de un pequeño planeta de un pequeño sistema solar defendiendo a los esclavos y a los mujeres e invocando derechos, libertades y anhelos del pueblo llano: "“Si las leyes solo fueran leyes y no tuvieran espíritu, las mujeres no votarían y los esclavos continuarían siendo esclavos". Que diréis: hace bien, para eso es un hombre del pueblo. Proveniente de la mina o del campo, hijo o nieto de quienes se dejaron en la lucha su vida y su corazón.
Pero no. Este señor que reclama desde calles y tribunas la voz para el pueblo es el privilegiado perteneciente a una familia acomodada -muy acomodada, diría yo- relacionada con los negocios textiles y metalúrgicos. La escuela pública, la educación para todos como elemento igualitario y, por qué no, revolucionario- la conoce de oídas puesto que sus progenitores decidieron educarle con su casta, con los suyos, y estudió en el Liceo Francés.
Y también diréis que tampoco es un crimen. Pero sí que lo es. Es un crimen dividir con el sucio propósito de perpetuar el poder. Es un crimen prometer lo que no se puede cumplir. Es un crimen invocar el sacrificio y la sangre derramada en la historia para alardear de progreso y modernidad. Es un crimen sembrar vientos que quizá no puedan detenerse. Es un crimen decir libertad cuando se quiere decir más de lo mismo.
Dios nos coja confesados, madame Roland.
Imagen: Madame Roland coiffée du bonnet girondin. Versalles. Museo Lambinet
Mas "el liberador"
ResponderEliminarMi siempre inteligente comentarista ha descubierto la adivinanza.
ResponderEliminarVerborrea grandilocuente con objetivo segregacionista?
ResponderEliminarUn divide y perderás prepotente
ResponderEliminarA cada cerdo le llega su San Martín. O eso dice el refrán para consolarnos.
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