Damos por hecho que lo que tenemos un día lo vamos a tener al siguiente.
Nuestra vida es una carrera atolondrada entre el trabajo, la familia, las obligaciones, el descanso que nos procuramos...
Vivimos con el incomprensible convencimiento de que solo nosotros somos los responsables de lo que hacemos o de lo que omitimos.
Y un día, para recordarnos que el control no depende de nosotros, perdemos la salud y frenamos en seco.
Asomados a la terraza nos maravillamos del ajetreo de la gente: unos corren sudorosos porque es lo que se lleva; otros cargan con bolsas de la compra; madres que empujan cochecitos a los que van cogidos pequeños berreantes... En el trabajo tu falta molesta y añade dificultades a las cotidianas; tu casa se llena de ropa sin lavar y de encargos sin hacer...
Y a ti no te importa. Tu cuerpo está reclamando algo y no sabes qué es. A nadie le das pena porque, por suerte, no te vas a morir. Cuando alguien va a morirse entra en el grupo de los desdichados y ahí todos se vuelcan porque lo que hagan por ti quizá sea lo último.
Cuando lo tuyo no es para morirse tus quejas cansan, tus males hastían, tus problemas entorpecen... Las llamadas se espacian, los abrazos se escatiman, los mensajes dejan de llegar, ante tus lágrimas se tuercen los gestos...
Y para ti no existe ni siquiera el consuelo de la conmiseración -pobre, pero al fin consuelo- que te da fuerzas para la lucha.
Estoy sentada no sé dónde. Frente a mí una puesta de sol. La luz desaparece poco a poco y muy pronto la oscuridad me envolverá. Dicen que el sol sale cada día pero uno habrá en que no salga y quizá sea mañana.
Imagen: misviajesporahi.es
Nuestra vida es una carrera atolondrada entre el trabajo, la familia, las obligaciones, el descanso que nos procuramos...
Vivimos con el incomprensible convencimiento de que solo nosotros somos los responsables de lo que hacemos o de lo que omitimos.
Y un día, para recordarnos que el control no depende de nosotros, perdemos la salud y frenamos en seco.
Asomados a la terraza nos maravillamos del ajetreo de la gente: unos corren sudorosos porque es lo que se lleva; otros cargan con bolsas de la compra; madres que empujan cochecitos a los que van cogidos pequeños berreantes... En el trabajo tu falta molesta y añade dificultades a las cotidianas; tu casa se llena de ropa sin lavar y de encargos sin hacer...
Y a ti no te importa. Tu cuerpo está reclamando algo y no sabes qué es. A nadie le das pena porque, por suerte, no te vas a morir. Cuando alguien va a morirse entra en el grupo de los desdichados y ahí todos se vuelcan porque lo que hagan por ti quizá sea lo último.
Cuando lo tuyo no es para morirse tus quejas cansan, tus males hastían, tus problemas entorpecen... Las llamadas se espacian, los abrazos se escatiman, los mensajes dejan de llegar, ante tus lágrimas se tuercen los gestos...
Y para ti no existe ni siquiera el consuelo de la conmiseración -pobre, pero al fin consuelo- que te da fuerzas para la lucha.
Estoy sentada no sé dónde. Frente a mí una puesta de sol. La luz desaparece poco a poco y muy pronto la oscuridad me envolverá. Dicen que el sol sale cada día pero uno habrá en que no salga y quizá sea mañana.
Imagen: misviajesporahi.es
Coraje y adelante.
ResponderEliminarLa vida bulle, cierto.
En este momento, una parada, un echa el freno y a cuidarte.
Ya verás cómo pronto estarás de nuevo ante la vorágine incansable de la vida que vivimos.
Muchos besos.
Cierto, pero a veces cuesta. Un beso.
ResponderEliminar