Lleva la fecha del 10 de agosto de 2014. Entré, como hago muchas veces por gusto, en una librería y, hojeando algunos ejemplares de aquí y de allá, me llamó la atención.
Las fotos, de Txema Salvans, son sorprendentes: desenfocadas, desencuadradas, extrañas... Las palabras de Vidal-Folch, atrayentes.
Como era uno de esos libros que nadie te recomienda pero que te saltan a las manos, lo compré.
Durmió el sueño de los justos en un cajón, viajó de una casa a otra... más de ocho meses.
Qué pereza, pensaba al cogerlo. Artículos publicados en El País, probablemente de calidad muy irregular.
Pero fue empezarlo y descubrir cómo en las calles de una Barcelona a la que no atiendo por cercana, Vidal-Folch sabe ver cosas que nadie ve, cosas olvidadas, paisajes inquietantes, vida dentro de la vida y gentes memorables.
Recomendado para aventureros de salón, para viajeros comodones, para escépticos que todo lo creen haber visto, para amantes de lo curioso y, por encima de todo, para entusiastas de las palabras sabiamente colocadas. Y, no lo olvido, para amantes y detractores -por igual- de Barcelona.
Las postales viejas, con aquellos colores tan brillantes y con los sellos tachados, siempre nos dejan con preguntas. por simples que sean las palabras y clara la ortografía, tienen algo de enigma pues los mensajes al viento han de ser por definición discretos, y el rectángulo de la tarjeta postal no alcanza a contener más que una alusión lateral, impresionista, a algo que fue vastísimo.
Y que concluye. "No me abandona, siempre va a mi lado/la sombra de haber sido un desdichado." (...) Concluido el diálogo, cuando ya salíamos de la mediateca, un señor del público me preguntó si Borges fue de verdad un hombre tan triste como el soneto da a entender. Tenga en cuenta, le dije, que estaba ciego y que pese a su notoriedad pasaba varias horas al día solo, y la soledad desvalida es proclive a la introspección, a la gravedad y a la melancolía.
Ahora yo creo que esta clase de encargos de naturaleza tan íntima y delicada hay que confiarlos exclusivamente a Santa Rita, la patrona de los imposibles, que tiene tantos o más poderes que Loeb para operar sobre la tierra, y además cae más a mano, pues tiene un altar de la iglesia de san Agustí, en el barrio del Raval. Allí, al pie de un retrato de la santa, rodeada de cirios votivos y jarros de flores fragantes, se alza la urna de cristal llena de los deseos de los barceloneses que todavía desean y confían.
Más lágrimas se derraman por las plegarias atendidas que por las no esuchadas, dijo Santa Teresa.
La tienda de "Carmen Palaus, Ciencies Naturals", en la plaza de las Palmeres, 15, en el barrio de Sant Andreu, es muy pequeña, en las estanterías caben apenas unas caracolas y estrellas de mar, unas cajas de mariposas, un zorro sobre su peana, y en la pared solo la cabeza de un antílope y la cabeza de un pez espada, con su imponente espolón, sus ojos asombrados y la trágica expresión de su boca inquietantemente humana. A los clientes los atiende, sin levantarse de detrás de su mesa, un señor mayor y cansado, de ojos tristes, con una bufanda gris cruzándole el pecho, y es inevitable admirarse e inclinarse en silencio reverente ante la confirmación de la ley universal de la entropía.
Todavía unas palabras más acerca de la Catalana: parece que ya no quede nadie en todo el barrio, pero a la puerta del bar Los Chiquitos, único comercio que sigue abierto, aguardan dos motos de motocross, y dentro, tres jóvenes procedente de otro barrio, aquí de incógnito, beben junto a las tragaperras, cuyas luces de colores alumbran la penumbra mortecina.
La piscina del Club Natació Barceloneta es la más bonita de Barcelona. Desde la piscina se ve el mar, la arena, el cielo, las tres franjas de nuestra bandera secreta. En esa piscina municipal el bañista está en la situación exacta de las modelos inverosímiles de los anuncios, vestidas con bañador y calzadas con sandalias de tacón, que miran la lejanía con aire indolente y elegantemente hastiado desde una piscina que desborda su agua sobre el mar Caribe.
Las fotos, de Txema Salvans, son sorprendentes: desenfocadas, desencuadradas, extrañas... Las palabras de Vidal-Folch, atrayentes.
Como era uno de esos libros que nadie te recomienda pero que te saltan a las manos, lo compré.
Durmió el sueño de los justos en un cajón, viajó de una casa a otra... más de ocho meses.
Qué pereza, pensaba al cogerlo. Artículos publicados en El País, probablemente de calidad muy irregular.
Pero fue empezarlo y descubrir cómo en las calles de una Barcelona a la que no atiendo por cercana, Vidal-Folch sabe ver cosas que nadie ve, cosas olvidadas, paisajes inquietantes, vida dentro de la vida y gentes memorables.
Recomendado para aventureros de salón, para viajeros comodones, para escépticos que todo lo creen haber visto, para amantes de lo curioso y, por encima de todo, para entusiastas de las palabras sabiamente colocadas. Y, no lo olvido, para amantes y detractores -por igual- de Barcelona.
Las postales viejas, con aquellos colores tan brillantes y con los sellos tachados, siempre nos dejan con preguntas. por simples que sean las palabras y clara la ortografía, tienen algo de enigma pues los mensajes al viento han de ser por definición discretos, y el rectángulo de la tarjeta postal no alcanza a contener más que una alusión lateral, impresionista, a algo que fue vastísimo.
Y que concluye. "No me abandona, siempre va a mi lado/la sombra de haber sido un desdichado." (...) Concluido el diálogo, cuando ya salíamos de la mediateca, un señor del público me preguntó si Borges fue de verdad un hombre tan triste como el soneto da a entender. Tenga en cuenta, le dije, que estaba ciego y que pese a su notoriedad pasaba varias horas al día solo, y la soledad desvalida es proclive a la introspección, a la gravedad y a la melancolía.
Ahora yo creo que esta clase de encargos de naturaleza tan íntima y delicada hay que confiarlos exclusivamente a Santa Rita, la patrona de los imposibles, que tiene tantos o más poderes que Loeb para operar sobre la tierra, y además cae más a mano, pues tiene un altar de la iglesia de san Agustí, en el barrio del Raval. Allí, al pie de un retrato de la santa, rodeada de cirios votivos y jarros de flores fragantes, se alza la urna de cristal llena de los deseos de los barceloneses que todavía desean y confían.
Más lágrimas se derraman por las plegarias atendidas que por las no esuchadas, dijo Santa Teresa.
La tienda de "Carmen Palaus, Ciencies Naturals", en la plaza de las Palmeres, 15, en el barrio de Sant Andreu, es muy pequeña, en las estanterías caben apenas unas caracolas y estrellas de mar, unas cajas de mariposas, un zorro sobre su peana, y en la pared solo la cabeza de un antílope y la cabeza de un pez espada, con su imponente espolón, sus ojos asombrados y la trágica expresión de su boca inquietantemente humana. A los clientes los atiende, sin levantarse de detrás de su mesa, un señor mayor y cansado, de ojos tristes, con una bufanda gris cruzándole el pecho, y es inevitable admirarse e inclinarse en silencio reverente ante la confirmación de la ley universal de la entropía.
Todavía unas palabras más acerca de la Catalana: parece que ya no quede nadie en todo el barrio, pero a la puerta del bar Los Chiquitos, único comercio que sigue abierto, aguardan dos motos de motocross, y dentro, tres jóvenes procedente de otro barrio, aquí de incógnito, beben junto a las tragaperras, cuyas luces de colores alumbran la penumbra mortecina.
La piscina del Club Natació Barceloneta es la más bonita de Barcelona. Desde la piscina se ve el mar, la arena, el cielo, las tres franjas de nuestra bandera secreta. En esa piscina municipal el bañista está en la situación exacta de las modelos inverosímiles de los anuncios, vestidas con bañador y calzadas con sandalias de tacón, que miran la lejanía con aire indolente y elegantemente hastiado desde una piscina que desborda su agua sobre el mar Caribe.
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