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En mi casa








Llegará. Lo sabemos pues nos dijeron que es lo único cierto.
Vendrá queda, sin hacer ruido, como llegan las tardes otoñales o los ocasos plácidos. De puntillas, silenciosa. Suave, plácida, señora.
O vendrá tormentosa, con estruendo, haciéndose notar, echando pregones, anunciada, batallada, vencedora. Cruel, impía.

La esperaremos sentados a la puerta, viendo pasar la vida ya un tanto ajena a nosotros; con los caminos recorridos y todas las puntadas dadas.
O descubriremos sorprendidos que llega a deshora, que nos pilla sin arreglar aún; que tenemos un puchero en la lumbre y no hemos cerrado tantos cajones abiertos.

Saludaremos su llegada porque la eternidad es triste cuando se fueron tus amigos de la escuela, el vecino, los tenderos de toda la vida y jóvenes que se te adelantaron sin querer ni deber.
O pediremos más tiempo; no aún, no todavía, no tan pronto, no en este momento.

Habremos preparado su llegada. Hecho encargos. Repartido cartas. Despedido gente.
O marcharemos sin un adiós. Nadie sabrá qué pensábamos al iniciar el viaje ni qué deben hacer con nuestros libros, nuestra ropa, nuestras fotografías.

Estaremos gozosos. Perdurará nuestra memoria. Llorarán nuestra ausencia.
O un ligero pellizco nos dirá que llenarán nuestro hueco y ocuparán nuestro sitio sin notar que nos fuimos.

Qué encontraremos al marchar a su lado, no lo sabemos. Creemos, o no, en religiones, charlatanes, profecías, augurios, deseos sostenidos en la fe o en la ciencia.
Creemos que seremos polvo, estrellas, energía, flujos, aire, vida nueva o tal vez nada.

Y nos conformamos, quizá -cuando una madrugada nos despierta la terrible congoja de que ha de llegar, más temprano que tarde- con decidir un sitio donde dejar los huesos, el lastre de este cuerpo que encierra lo que somos. Lo que envejece y duele; lo que cambia y nos hiere desde el fondo del espejo.
Y hay quien dice no importa, no estaré, que decida el que quede.
Y yo digo, sí importa; con los míos, acogida en el seno de las tierras queridas. Con el triste consuelo de saber que si he de abrir los ojos otra vez, me encontraré en mi casa.

Imagen: fotografías personales. Cementerio de Cuevas de San Marcos. 15 de agosto de 2016

Comentarios

  1. Muy bueno, como yo digo "cuando venga que nos coja confesados y si no lo estamos es porque no nos habia avisado" Yo quiero en mi pueblo ser enterrado, junto a los mios, mis amigos y mis allegados, junto a los conocidos y antepasados, que cuando, de noche, salgamos no estemos solos entre extraños sino de todos nuestros paisanos acompañados.

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