Todas las familias dichosas se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera.
Ese es el arranque -magistral- de Ana Karenina.
Después de esa frase se puede contar cualquier historia -la de Tolstoi es la de una pasión amorosa con un triste final-.
Cuando vivimos en la dicha, aunque no seamos conscientes de ello, somos más que nunca iguales a los demás. Nos igualamos a través de la sonrisa, del optimismo, de la serenidad, de la ilusión. Y, sin embargo, nos creemos diferentes precisamente en esos momentos en que más iguales somos a los otros.
Ese es el arranque -magistral- de Ana Karenina.
Después de esa frase se puede contar cualquier historia -la de Tolstoi es la de una pasión amorosa con un triste final-.
Cuando vivimos en la dicha, aunque no seamos conscientes de ello, somos más que nunca iguales a los demás. Nos igualamos a través de la sonrisa, del optimismo, de la serenidad, de la ilusión. Y, sin embargo, nos creemos diferentes precisamente en esos momentos en que más iguales somos a los otros.
La felicidad nos eleva por encima de los tejados de la mediocridad y dejamos de ver a la multitud entre la que nos encontramos. Solo las imágenes que podamos descubrir posteriormente -esas fotos, esas grabaciones...- nos descubren tan comunes, tan corrientes...
Y sin embargo, ¡la desdicha nos hace tan diferentes! Las tragedias personales -cotidianas a veces, de un alcance infinito en ocasiones- nos transforman a cada uno de nosotros en seres únicos. Nadie puede colocarse en nuestra piel.
Familias infelices que agotan sus recursos en una lucha sórdida de unos contra otros. Familias infelices que rastrean en el pasado y lo blanden como armas definitivas. Familias infelices que se disgregan y parten hacia caminos diferentes. Familias infelices que callan. Familias infelices que gritan. Familias infelices que susurran. Comparten o esconden. Imploran. Lloran. Mendigan. Fingen.
Mentiras que no se perdonan. Fracasos que se viven como asesinatos del corazón. Ilusiones desmenuzadas por incompetencia o por desidia. Pequeñas, grandes traiciones.
Diferentes a todos. Con acciones y reacciones únicas. Cada uno a su manera vive la infelicidad como si fuera su dueño. Como si la hubiéramos descubierto, recién nacida, a los pies de nuestra cama. Como si, con ella, hubiéramos encontrado, por fin, nuestro camino.
Imagen: edición de Austral de Ana Karenina.
En cada casa cuecen habas... y de vez en cuando un postre dulce.
ResponderEliminarHay pucheros para todos y no creo ser ambiciosa al generalizar radicalmente.
Y, como si se quiere comer del puchero del vecino, hay que tener el tuyo destapado, comamos, hermanos, que hay calderada para todos.
Buen provecho y, sobre todo, buena digestión.
Para ayudar, una infusión de apoyo mutuo y coraje.
Gracias.
ResponderEliminarUn abrazo.
Familias, herederos de reproches.
ResponderEliminarY creadores de reproches.
EliminarTe quiero tata.
ResponderEliminarY yo. ¿Qué tal un blog "tequierotata.blogspot.com? Sería chulo.
ResponderEliminar¿Te ves capaz?
ResponderEliminar¿Subrepticio o no?
ResponderEliminar¡Ja, ja! Lo decía por ti, yonomellamojavier, para que te animes tú. Subrepticio o no, a tu criterio.
ResponderEliminarAhogare mis penas con un buen orfi.
ResponderEliminarDonde estén los chintonic que se quiten los orfi.
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